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Por Antero Flores-Araoz / Qué haré, qué hago y que hice

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Por Antero Flores-Araoz

Dicen qué desde la formación en los primeros años de vida, los padres deben inculcar a los hijos, de acuerdo a sus respectivas edades, criterios de planificación, que van con la enseñanza de que a la escuela se concurre para aprender, que aprendiendo se podrá laborar para tener y mantener familia y por ende ser buenos ciudadanos en el porvenir.

Con el correr de los años en la escuela se deberá descubrir la vocación laboral para el futuro, así como las enseñanzas en niveles superiores para ello, el comportamiento laboral, la ética ciudadana y por supuesto los valores para actuar en la vida con corrección.

Todo lo antes señalado es lo que llamaríamos el qué hacer, que luego será complementado con el qué hago, que no es otra cosa que determinar si estoy actuando debidamente, si hay que esforzarse para mejorar y por supuesto, en caso de errores, el rectificar. Es la actuación y evaluación del día a día en las etapas de la vida dedicadas al ejercicio de las actividades para las que se supone fuimos preparados.

Para concluir vendrá la etapa del qué hice, que es cuando se dejó la fase activa para pasar, de ser el caso, a la etapa del retiro, en qué hay que hacer el balance de lo realizado, comparando lo que se planificó con lo que se hizo y si esto último fue lo programado.  De haberse obtenido los logros deseados, evidentemente habrá la satisfacción del deber cumplido y hacer que ello sea repetido por las nuevas generaciones y, de no haberse conseguido lo señalado como meta, estatuir cuales fueron los yerros o las circunstancias que lo determinaron, para enseñar a las generaciones de recambio que los errores en la vida se pagan y muchas veces con dureza y severidad.

Igual como se planifica la vida personal, también hay que hacerlo con las instituciones públicas y con las privadas, pues el éxito o fracaso de ellas está ligado a las acciones u omisiones del grupo humano que las conduce.

Habrá instituciones exitosas si quienes las dirigen supieron hacerlo, además de haber incentivado a los colaboradores a estar en la línea correcta. En caso contrario el fracaso no solo será individual, sino que jalará en la línea descendente a toda la organización, con el resultado de desánimo cuando no resentimiento.

La vida humana es compleja, pero todos tienen el valor de la libertad, sea para hacer lo debido como para no hacerlo, y de ello saldrá la satisfacción del deber cumplido, como la frustración por no haberlo hecho. Muchas veces en el caso del fracaso, se culpa a lo ajeno, a las acciones u omisiones de terceros, viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio según antiquísimo aforismo.

Somos libres, pero como manejemos esa libertad sabremos si planificamos con responsabilidad, si se actuó de acuerdo a ello y si el balance de vida está en azul o en rojo, es decir, si hay éxito o fracaso, el que como repetimos, depende de cada cual.

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