FEDERICO PRIETO CELI
Juan Jacobo Rousseu, en su célebre obra ‘Emilio’, sobre la educación, afirmó que ‘el hombre es bueno por naturaleza’. A este slogan se enfrentan los pediatras, que afirman que, desde que nace hasta que asume el uso de la razón, el niño tiene un egoísmo natural, para defenderse de un posible exterior hostil. A partir de entonces, surge el egoísmo como contrario al amor por los demás, el egocentrismo, unido normalmente al orgullo, a la vanidad y a la soberbia. Este egoísmo, enseñan los teólogos, es consecuencia del pecado original, que en algunos idiomas se llama pecado heredado. Bajo estas premisas debe enfocarse el llamado ‘bullying’ de los niños en las escuelas.
De ahí que en los primeros años de vida, el niño requiere el cuidado constante de la madre, la persona más querida del hijito, que le ayudará poco a poco a superar el egoísmo natural al llegar al uso de razón, y le enseñara los rudimentos de la ética natural y la moral cristiana, como es el dicho de Jesús de ‘amar al prójimo como a uno mismo’ y que ‘nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos’.
De lo contrario, el niño cambiará el egoísmo natural por el egoísmo como contrario al amor por lo demás. La familia es la escuela fundamental, donde los hijos se forman y los padres los alientan, enseñan y corrigen. No olvidemos que Dios ha creado al hombre con una orientación a la verdad, al bien y a la belleza; al amor divino y humano.
De acuerdo a estudios que se repiten década a década, de cada diez escolares, cuatro no hacen ‘bullying’ y seis sí lo hacen. Toca a los profesores enseñar en clase a esos seis de cada diez escolares esas dos divisas cristianas de amor al prójimo, y felicitar a los padres de familia de los cuatro que no hacen ‘bullying’, por haber iniciado bien la educación de sus hijos.
En ambos casos hay que recordar a los escolares que el prójimo (el próximo) de cada uno de ellos son sus hermanos, si los tienen, y sus compañeros de aula, para con quienes deben fomentar el sentimiento de solidaridad y compañerismo.
Según estudios del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que provee ayuda humanitaria y desarrollo a niños y madres en países en desarrollo, uno de cada tres muchachos entre 13 y 15 años participa en peleas físicas.
Coincide con la edad de la pubertad e inicio de la adolescencia, cuando el instinto sexual se despierta y la sexualidad se desparrama, por así decir, con fuerza por todo el cuerpo: los sentidos; y por todo el espíritu: inteligencia, voluntad, sentimiento.
Pasa con los animales y es tarea de los docentes activar la inteligencia, desarrollar la voluntad y dominar los sentimientos, para que los muchachos hagan que la solidaridad predomine sobre la violencia.
La enseñanza de la violencia terrorista en la educación secundaria y los efectos dañinos a la sociedad es también una acertada medida para que la juventud sepa distinguir bien la violencia de la paz, un valor moral universal que siempre debe fomentarse entre los hombres.
(*) Periodista