Por Berit Knudsen
El Acuerdo de Ginebra de 2003 fue una iniciativa para lograr la paz permanente entre Israel y Palestina. Sin ser una propuesta oficial, buscaba allanar el prolongado conflicto israelí-palestino con la creación de dos estados, resolviendo cuestiones clave como Jerusalén, refugiados palestinos y fronteras. Del lado israelí, el promotor fue Yossi Beilin, exministro de Justicia, y por palestina, Yasser Abed Rabbo, exministro de Información, con el respaldo de exfuncionarios de ambas partes y el apoyo de figuras internacionales.
El contenido del Acuerdo reafirmaba la determinación de poner fin al conflicto, estableciendo una paz duradera basada en el reconocimiento mutuo y coexistencia pacífica. Proponía que Israel y Palestina se reconocieran como estados soberanos, estableciendo relaciones diplomáticas plenas. Para supervisar y facilitar su implementación, se propuso un Grupo de Verificación e Implementación (GVI), para monitorear y resolver disputas durante su ejecución.
En términos territoriales, el acuerdo estipulaba fronteras basadas en las líneas de 1967, acordando mutuas modificaciones. Además, se proponía un corredor de libre tránsito entre Gaza y Cisjordania, garantizando la conectividad entre los territorios palestinos. Jerusalén sería la capital de ambos estados, con regímenes especiales para los lugares sagrados, creando un Comité de Cooperación Israelí-Palestino (CCIP), colaborando en áreas de interés común.
Se abordaba la compleja cuestión de los refugiados palestinos, proponiendo soluciones basadas en compensaciones y elección del lugar de residencia. Asimismo, establecía políticas para la liberación de prisioneros palestinos durante la implementación. Se incluían regulaciones sobre el cruce de fronteras, distribución y gestión del agua, promoción de la cooperación económica y legal, con mediadores para resolver disputas derivadas.
A pesar de las intenciones y propuestas detalladas, el Acuerdo de Ginebra no progresó por diversos factores, especialmente falta de apoyo oficial. En Israel, el gobierno del primer ministro Ariel Sharon argumentó que se hacían concesiones inaceptables en cuestiones de seguridad y soberanía. El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, mostró cierto apoyo, pero no hubo consenso en las facciones palestinas y la oposición de Hamás limitó su implementación.
El contexto político interno estancó las negociaciones. En ambas partes, las tensiones políticas dificultaron el apoyo a un acuerdo que requería concesiones. En Israel, el clima político estaba influenciado por una derecha nacionalista, mientras que, en Palestina, la división entre Fatah y Hamás complicaba cualquier consenso. Hamás, en particular, se opuso tajantemente, rechazando cualquier compromiso que reconociera a Israel.
La desconfianza mutua minó los esfuerzos, la continua violencia y represalias entre israelíes y palestinos generó un ambiente hostil para las negociaciones con ataques terroristas y respuestas militares que demostraron la falta de voluntad.
Las grandes potencias y organismos internacionales no mostraron compromiso firme y concertado para presionar y mediar eficazmente, a pesar de apoyar la iniciativa. Suiza actuó como facilitador financiando las negociaciones con miembros de la Unión Europea, pero la administración de George W. Bush de Estados Unidos no respaldó oficialmente la propuesta, aunque exfuncionarios y diplomáticos estadounidenses se involucraron en su promoción; no pudieron garantizar su cumplimiento.
El Acuerdo de Ginebra de 2003 es un ejemplo de cómo los esfuerzos de la diplomacia no oficial pueden avanzar hacia la paz. Pero, sin respaldo oficial y voluntad política de las partes y la comunidad internacional, estos esfuerzos enfrentan obstáculos para convertirse en realidad. La historia del Acuerdo de Ginebra destaca la necesidad de un compromiso profundo y coordinado para una paz duradera entre Israel y Palestina.