Por Berit Knudsen
En las últimas décadas Bangladesh experimentó un importante desarrollo económico, ejemplo de éxito en Asia del sur. Pero, este crecimiento fue cuestionado por desconfianza en las estadísticas gubernamentales, beneficiando a las elites. El 10% más rico de la población concentra el 41% de los ingresos, mientras el 10% más pobre apenas el 1%. El contexto económico exacerbó la desigualdad y descontento social.
Sheikh Hasina, líder del partido de la Liga Awami, llegó al poder en 1996 hasta 2001, regresando como primera ministra en 2009, criticada por su estilo autoritario. Aunque el crecimiento económico se mantenía, la distribución desigual, con estadísticas oficiales disfrazadas incrementaron el descontento popular. Grandes proyectos de infraestructura, como el puente Padma financiado por China, se convirtieron en símbolos de la corrupción, con costos que duplicaron las estimaciones iniciales. El aumento de precios de productos básicos como la electricidad afectaron a la clase media y baja, generalizando el descontento.
El levantamiento se inicia en julio con protestas de estudiantes indignados por el sistema de cuotas que asignaba 56% de los empleos del sector público a grupos específicos, incluidos descendientes de veteranos de la guerra de independencia de 1971. Este sistema, desechado en 2018 tras meses de manifestaciones, fue restablecido por el Tribunal Supremo en junio. La respuesta de los estudiantes fue inmediata, intensificándose cuando Hasina los comparó con los Razakars, fuerza paramilitar descalificada en Bangladesh, interpretado como insulto al patriotismo, exacerbando las protestas.
Otras fuentes de descontento fueron la marginación económica y política, aumento de precios y altos niveles de corrupción de funcionarios gubernamentales. Bangladesh se sitúa entre el 20% de los países más corruptos del mundo según el índice de Transparency International 2023. Las últimas elecciones se celebraron en 2008, y desde entonces, las irregularidades y manipulación electoral debilitaron la confianza en el sistema democrático. La represión del gobierno, incluidas detenciones y torturas a líderes estudiantiles, intensificaron la indignación.
El 3 de agosto, una manifestación masiva en Dacca, encabezada por estudiantes con apoyo ciudadano, marcó el fin del régimen de 15 años de Hasina, acusada de abusos a los derechos humanos, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas. La represión gubernamental no logró sofocar el movimiento, intensificando las demandas de renuncia.
La abrupta caída y dimisión de Hasina, huyendo de Bangladesh, demostró la fragilidad del prolongado régimen. Las redes clientelistas y dependencia de instituciones coercitivas no resistieron la presión del levantamiento masivo.
La caída de Hasina demuestra cómo el autoritarismo, abusando de sus facultades genera malestar, perdiendo el control frente a un pueblo decidido. Sin embargo, el futuro de Bangladesh es incierto. Con militares dirigiendo temporalmente el país, surgen preocupaciones sobre el regreso al statu quo sin reformas, sumado al vandalismo contra la minoría hindú en un país 90% musulmán. Un liderazgo que fortalezca la democracia, respondiendo a las demandas populares es lo que la ciudadanía reclama.
El levantamiento en Bangladesh representa la resistencia contra la prepotencia del autoritarismo. La movilización y perseverante reclamo popular manifestándose durante años, desafió el poder de un gobierno consolidado. La comunidad internacional muestra preocupación por el futuro de la nación, pero la mandataria no ha recibido apoyo de sus aliados. Ello marca la diferencia con la dictadura de Maduro, sostenida por el régimen cubano, potencias militares como China, Rusia e Irán, países autoritarios latinoamericanos y simpatizantes coludidos.