Por Carlos Adrianzén
La agonía acelerada del Sistema Previsional Privado (SPP) no es una buena noticia para el País. Es lógica, pero también una desgracia. En estas líneas comparto algunas reflexiones sobre lo que pasó, con la peregrina esperanza de que no se cumpla otra vez la primera reflexión de estas líneas.
El Estado peruano volvió a esquilmar las jubilaciones de un fondo previsional. Esta vez lo hizo vía acciones de expropiación indirecta (vía regulaciones que impidieron la plena diversificación global del riesgo y luego la quiebra de contratos, al usar los fondos individuales como subsidios). Solamente, entre el año pasado y el 2009, el valor nominal del fondo previsional privado en soles cayó en un 30%. En dólares constantes del 2015 esta caída fue del 44%, mientras el promedio por afiliado del fondo en dólares constantes también cayó estrepitosamente en 57%. Para tomar una idea más precisa de la debacle es útil tomar en consideración que, comparado el valor del saldo a diciembre pasado con su tendencia lineal previa a la crisis financiera del 2008, este solo bordearía algo más de un tercio. Asimismo, resulta inquietante descubrir que, en este lapso, el ahorro previsional peruano se contrajo en más de diez puntos del PBI. Con esto –ceteris paribus– ya desaparecieron gran parte de los fondos de larga maduración en el sistema financiero nacional, destruyéndose un número hoy indeterminado de puestos de trabajo. Pero, nótese, el problema hoy es la caída sostenida de estos índices. ¿Cuánto quedará después del octavo retiro ya en curso?
Lo que viene sucediendo no es una novedad histórica. Es un hecho estilizado y recurrente en la cronología económica reciente en nuestro país. Desde que, desde la posguerra, se va consolidando un Estado Burocratizado de corte Socialista Mercantilista, la burocracia local se ha comportado como una gran ladrona de jubilaciones. A la larga lista de fondos de reparto estatal llevados a la desaparición por el accionar del propio estado peruano (donde destaca la desaparición vergonzosa del Instituto Peruano de Seguridad Social, IPSS), se agrega el caso del Sistema Previsional Privado con sus administradoras y su pésima supervisión.
Lo peculiar esta vez es su sesgo ideológico. Recordemos, a inicios de los años noventa, el IPSS ingresó a una fase de descomposición (por la pésima administración estatal y la licuefacción inflacionaria de sus reservas) usadas recurrentemente para financiar gastos estatales. Frente a ello se introduce la figura de un Sistema Privado que ofertaba cuentas individuales de capitalización individual (las AFPs). Se trataba desesperadamente de sacar de la escena a un ladrón comprobado: la burocracia estatal. Lamentablemente, la regulación de estas administradoras fue encargada a la burocracia financiera local (la SBS, el BCR y el MEF). La misma idea de un Sistema Previsional privado era una blasfemia intolerable para el grueso de la cofradía mercantilista-socialista en toda la región. Desde la torpísima regulación de la aludida Burocracia Financiera local y de la mano con el efectivo marketing político de esta cofradía convirtió a los afiliados –y al grueso de la opinión pública– en los peores odiadores y/o desinteresados extremos en la suerte de sus propios ahorros. Se hablaba de un sistema incapaz de ofertar pensiones europeas, perdón… pensiones dizque justas.
Siempre fue una Reforma Coja. Cuando a inicios de los años noventa se crea el SPP el estado del mercado de trabajo local era socialmente desastroso. La abrumadora mayoría de nuestra fuerza laboral tenía ingresos de subsistencia (su consumo de sostenimiento era muy cercano a sus ingresos). No tenían capacidad de ahorro previsional. Esto no se podía –como hoy en día– corregir rápida y mágicamente. El grueso de los peruanos no podría tener, todo lo demás constante, la posibilidad de comprarse un paquete previsional que les asegurase una pensión decorosa. Era financieramente inverosímil que –tanto bajo un sistema privado de cuentas individuales cuanto en un sistema de reparto bajo una gestión angelical– la cobertura previsional de pensiones adecuadas alcance una cobertura demográfica mínimamente aceptable. Aquí los demagogos –entonces y ahora– brillan dizque resolviendo el problema con pensiones tipo propina. La reforma que crea el SPP requería complementariamente una transformación laboral muy competitiva, otras innovaciones estructurales (en ámbitos educativos, por ejemplo) y mantener un ritmo de crecimiento sustantivo. Digamos una tasa anual por habitante sostenida al 7%. Nada de esto se dio. Ni con Fujimori. Gradualmente, en cambio se fue elevando la opresión económica nacional. La Reforma previsional peruana nació coja. Una reforma incompleta fue el insumo ideal para la izquierda local. La abrumadora mayoría de los aportantes ahorraban a un ritmo que no les permitía poder acceder a una jubilación adecuada al fin de su vida laboral.
Lo que sucede hoy es algo previsible. Sí, el cuadro terminal del SPP resulta algo lógico. Se configura la tormenta perfecta: (i) con una fuerza laboral –formal e informal– de cerca de 20 millones, de baja cobertura educativa y envejeciéndose aceleradamente (ya se bordea el 15% de población mayor de 65 años); (ii) donde más de la mitad no accede al SPP y solo una pingüe minoría –cercana al 5%– dentro de éste habría acumulado un fondo capaz de comprar una jubilación decorosa al final de su vida útil; (iii) la escala real de los fondos previsionales se contrae notablemente porque la plaza transita hacia la izquierda o –lo que es lo mismo– porque la economía cae en una fase de marcado declive de largo plazo; (iv) Vía continuas autorizaciones congresales para el retiro de fondos, el gobierno hace un uso demagógico de los ahorros previsionales como subsidios, en medio de un declive macroeconómico; y al final, pero para nada la arista menos importante; (v) gracias al mercadeo político de la izquierda limeña y regional, el grueso de los electores y afiliados odia el sistema SPP. Su gradual desaparición u absorción en una nueva reforma previsional socialista estaría contada.
El SPP agoniza en modo Moledora de Carne. Si existe una faceta chocante de este cuadro de deterioro, no solo implica el desprecio abierto de los candidatos y la burocracia congresal y financiera local a quienes fueron burlados (tanto los que agradecen sumisamente recibir su propia plata, malbaratada, como un generoso y empático subsidio, cuanto los que lloran hoy calladitos y apuestan a recibir una propina de sus ahorros, algún día). Si tomamos en cuenta que solo entre el 2020 y el año pasado el gobierno ha ingresado compulsivamente a más de un millón y medio de nuevos aportantes a un sistema destrozado… por la intervención estatal. A modo de una moledora de carne previsional.
Sí estimado lector, el mundo no es ni ancho, ni es ajeno. Somos responsables. Los latinoamericanos, hoy bañados en valores progresistas, toleramos el robo, la corrupción e ineficacia burocrática y el incumplimiento de la Ley. Calladitos…