Por Javier Valle Riestra
Recientemente se aprobó el retorno a la bicameralidad. Si, eso le dará verosimilitud y validez a los poderes del Estado que hoy son, simplemente, una ficción, una pachotada que desnaturaliza la idea de las instituciones nuevas y viejas como la Cámara de Diputados, nuestro viejo Senado, el Tribunal de Garantías Constitucionales, el Defensor del Pueblo.
Los actuales son organismos sobre papeles mojados en tinta, no funcionan realmente; son estériles sin verdadera representación. De allí que nuestro Estado no sea respetable ni existente, desde el punto de vista pragmático. Hemos tenido doce Chartas, desde que nos constituimos como República independiente. Y surgieron grandes figuras como Manuel Pardo y Lavalle, Nicolás de Piérola y Villena.
Desde 1895 hasta 1900 existió un estado jurídico respetable, con la excepción de 1914 del derrocamiento de Guillermo Billinghurst. Se restauró temporalmente la constitucionalidad hasta 1931, en que el siniestro comandantillo Sánchez Cerro dio un Golpe de Estado. No volvió a restaurarse la democracia hasta 1945 con el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero quien, también, fue derrocado, y comenzó una etapa de autoritarismo militarista.
Hoy día, nuestras instituciones son inválidas. Nadie cree en ellas. Si queremos un Estado, debemos comenzar con la restauración del Senado, organismo histórico que rigió en el Perú a lo largo del siglo XIX y parte del s. XX. Tenemos que ir a esa cirugía porque de lo contrario seguiremos siendo un pseudo-Estado.
El punto de partida será un Senado democrático, elegido por el pueblo, ninguneando la farsa de las otras “instituciones”. Nuestra vieja Cámara asentada en la Plaza de la Inquisición será la brújula que contribuya a orientar a la vieja y moralizada Cámara de Senadores. Con ese cuerpo vendrán el nuevo TGC, el Defensor del Pueblo auténtico –y no ficticio, ni fantoche—.
Si no actuamos con este escalpelo entraremos nuevamente en quiebra y acefalía ¿Por qué? Porque ninguno de los líderes y sus miembros tienen jerarquía. Yo quiero un país con una verdadera democracia revolucionaria, respetuosa de las libertades y deseosa de restaurar al país intangibilizando la estructura histórica y no la profanada actualmente.
II
Hace más de dos décadas, caído el régimen del nipón, vengo martillando para restaurar la Constitución de 1979 que, por su artículo pétreo (307), permitía, también, restablecer el Senado, pero con enmiendas para no tener dos Cámaras mellizas con iguales funciones.
Insisto: la Constitución de 1993 rige, pero no vale; la Carta de 1979 vale, pero no rige. Incluso, presenté en el año 2009 un proyecto de ley para restaurar el bicameralismo; un Senado con cincuenta miembros, elegido directa y funcionalmente. Mi propuesta consistía en elegir dos tercios (34 miembros) directamente por distrito electoral regional; y un tercio (16 miembros) elegidos indirecta y funcionalmente.
En esa funcionalización estarían representados como mínimo los siguientes gremios y organizaciones: Colegios de abogados, Facultades de Derecho de las Universidades Privadas y Públicas, Colegios Profesionales, Fuerzas Armadas, capital e inversión nacional y extranjero, Sindicatos, Sociedad civil organizada. Es decir, el pueblo representado en la Cámara Alta. Era una propuesta maximalista, inspirada en la tradición parlamentaria del Perú.
La reforma aprobada hoy no es la mejor, pero será perfeccionada conforme empiece a aplicarse, pero sobre todo porque los Senadores cuando asuman ese cargo le den la calidad, los frenos y la reflexión que el Legislativo necesita. La tarea, ahora, es de los partidos políticos; deberán preparar, capacitar, entrenar a sus mejores cuadros, para no tener los esperpentos de las recientes elecciones.
III
La doctrina parlamentaria afirma que la función de legislar es la base del sistema constitucional porque el Parlamento (con una o dos cámaras) es el órgano más adecuado para la formación de las leyes. El sistema bicameral procura una mejor representación de grupos sociales, estamentales, regionales; la naturaleza deliberante del Parlamento, con el Senado se asegura una doble discusión o reflexión en la formación de la ley; las dos Cámaras son un solo poder constitucional, que por su origen soberano y ante el apasionamiento del caudillismo, el bicameralismo cumple una función moderadora. En resumen, las dos Cámaras corresponden a nuestra realidad de Estado-Regional, característica dual de los estados federales.
Estado libre y democrático, sí; Estado anárquico y plutocrático, no.
(*) Jurista, exconstituyente, exdiputado, exsenador y excongresista de la República.