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Por Óscar Valdés Dancuart / Censuras y vacancias que se ganan a pulso

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Óscar Valdés Dancuart

¡Fuera Santiváñez! se escuchó en el Pleno, un día antes del debate de las mociones de censura contra el ministro del Interior, quien se retiró, entre gritos de los parlamentarios, del Congreso al que se presentó voluntariamente para evitar su reprobación.

Durante las últimas semanas estuvo sobre el tapete la censura de Juan José Santiváñez Antúnez. No sólo por la zozobra que vive la población, a raíz de la inseguridad ciudadana y la criminalidad; sino por la forma de su arribo a ese importante puesto del Ejecutivo. Existen audios con su otrora íntimo amigo, el capitán Junior Izquierdo, conocido como ‘culebra’, que explican las malas artes usadas para su nombramiento y que el propio ministro no ha dado facilidades para que transparentemente se aclaren. No tuvo la voluntad ni se sometió a ninguna prueba para descartar que era su voz. En un primer momento, tampoco quiso entregar su celular y cuando lo hizo le quitó el chip y borró todos los chats sobre el particular.

Un ministro de Estado se debe caracterizar por su honestidad, transparencia, liderazgo, dando el ejemplo al someterse a las investigaciones, ya que él es el principal interesado en que se esclarezcan las dudas que hayan sobre su persona. No sólo de la opinión pública, sino también de todos los integrantes de su sector.

El ministro Santiváñez, además, es acusado por aspirantes a colaboradores eficaces de medios reprobables para conseguir fallos a favor de sus patrocinados, quienes en su mayoría pertenecen o pertenecían a la Policía Nacional del Perú (PNP), de donde fueron removidos y/o expulsados. Pero, gracias a la pericia de su defensor regresaron a la Institución y en algunos casos hasta fungen de personal de confianza de dicho funcionario. Es inconcebible que existan parlamentarios y políticos,  en general, que defiendan su permanencia, será por el chancho o por los chicharrones, como señala una sentencia popular. ¿Qué creen?

Por otro lado, desde el inicio de la juramentación de Dina Ercilia Boluarte Zegarra al más alto cargo de la Nación se anunciaron vacancias, incluyendo el de su propio pedido, que se fueron diluyendo con el pretexto de los ‘congelados’ (aquellos conformistas que por intereses propios o por temores infundados no se pronuncian en contra) y por aquellos que por intereses personales o políticos, como es el caso de las bancadas que gobiernan el país desde el Congreso, han conseguido poder y dictan leyes a su antojo, así  como también ‘jugosas’ participaciones en el presupuesto general de la Republica, que antes no tenían en sus regiones y feudos.

Si bien es cierto, la señora Boluarte continúa en el poder, por más de dos años, esto no significa que es una gran estadista y ha conducido con pericia los destinos del país, sino más bien, en este tiempo, ha demostrado que no estaba ni está preparada para el cargo, ha desnudado la carencia de sus habilidades blandas (para expresar un término que ella usa) como: honestidad, transparencia, nula comunicación con los medios y banalidades, como sus operaciones estéticas. Estoy seguro que si no tuviera los cómplices que tiene en el Congreso, hace rato que debió ser vacada por incapacidad moral permanente.

Además, a la actual Presidenta se le atribuyen sospechas razonables de proteger a su líder Vladimir Cerrón y favorecer con fondos estatales a sus predilectos amigos y socios, así como también de burlar permanentemente a la justicia con su derecho a guardar silencio en sus declaraciones a la fiscalía.

Es necesario decirlo en voz alta, pues su permanente y desafiante predisposición a enfrentarse con otros poderes del Estado ha creado una inestabilidad política y jurídica en el país.

Finalmente, debo recalcar que tanto el ministro Santiváñez, por la inseguridad galopante y criminalidad desbordada; como la señora Boluarte, por su ineptitud y falta de transparencia; se están ganado a pulso la censura y vacancia, respectivamente; salvo mejor parecer de los conformistas y congelados, y sin dejar de mencionar a los podridos que siguen lucrando con el Estado, como en el caso de los programas sociales de apoyo alimentario del Midis (Qali Warma, Wasi Mikuna y otros).

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